La Ciudad del Silencio

Hay lugares donde siempre has querido ir, tú y el resto del mundo, pero que nunca decepcionan; también están los sitios de los que alguien te ha hablado o has leído sobre ellos y, como el que liga por internet, nunca sabes si estará a la altura de lo que te han contado. Y después están esos lugares de los que nunca has oído hablar, que encuentras casi sin querer y que suponen una sorpresa y un descubrimiento. Mdina es uno de esos lugares.

Atemporal y evocadora, misteriosa y orgullosa, muchos son los nombres que ha tenido, muchos los pueblos que la han habitado. Ver atardecer a los pies de sus murallas, ver como la piedra de palacios y monasterios se va dorando poco a poco, atrapando el anaranjado color de los últimos rayos de sol, con la isla de Malta a tus pies y rodeado de un silencio atronador…es uno de esos momentos impagables que no pueden buscarse ni programarse. Como decía el poeta: sucede.

Los viejos autobuses Malta, una aventura en si mismos

Los viejos autobuses de Malta, una aventura en si mismos

A Mdina llegamos por llegar, buscando un descanso del traqueteo del viejo y típico autobús Bedford que nos traía de vuelta de contemplar el horizonte en los acantilados de Dingli. En Malta el tiempo y el espacio desafiaban todo intento de comprensión por obra y gracia de aquellos viejos autobuses, que convertían un breve trayecto en toda una aventura…y eso si conseguías tomar el adecuado. En fin, decía que al llegar a lo alto de la colina donde se asienta la ciudad y desde donde se domina la llanura que es Malta, nos bajamos en los jardines Howard, a los pies de las murallas que la rodean y que levantaron los árabes en el siglo X.

Fenicios, romanos, normandos, árabes, españoles, ingleses… pronto entendimos por qué la historia de esta ciudad se pierde en el tiempo, porque es historia en sí misma. La Puerta de Mdina, entrada principal a la ciudad, es imponente, majestuosa; al cruzar el pequeño puente que salva el foso ya es imposible no dejarse llevar por el embrujo del pasado. No me extraña que hasta Ned Stark quisiese pasear por sus calles. “Citta Vechia” es uno de sus nombres, una ciudad varada en el tiempo, que mira orgullosa el presente pero empeñada en dejarse llevar tan solo por el eco de ese pasado esplendoroso.

Remontamos la adoquinada calle principal, Triq Villegaignon, en total tranquilidad y disfrutando de un tesoro que no entraba en nuestros planes encontrar. Si bien hay turismo y algunas tiendas donde comprar algún recuerdo de artesanía típica (vidrio, plata, etc..), la gente pasea sin prisa y sin levantar la voz, casi apabullada por el aristocrático clima que se respira. Porque aquí, las antiguas piedras no guardan solo recuerdos, Mdina fue y sigue siendo el hogar de algunas de las más nobles familias de la isla. Nobles estirpes normandas, sicilianas o españolas que no quisieron mudarse a La Valletta cuando su ciudad dejó de ser la capital de la isla, y se han mantenido con orgullo intacto, en un insigne retiro. No en vano también la llaman la “Citta Nobile”, quizás por su ilustre vecindario.

Mdina es pequeña e intrincada, acogedora y silenciosa, así que pronto decidimos perdernos por sus estrechas callejuelas. Fuimos descubriendo uno a uno palacios normandos, capillas barrocas, adornados pórticos de antiguos conventos y portones de madera que guardan estancias que una vez ocuparon reyes y grandes maestres…el barroco Palacio de Vilhena, el gótico palacete de la muy noble familia Inguanez, la capilla de Santa Ágata, el normando palacio Falzon…. Una curiosidad es encontrar en tanto recuerdo medieval, algunos detalles típicamente ingleses como algunas cabinas rojas propias de Londres, fruto de la última colonización de la isla.

Cabinas inglesas en plazas medievales, curioso contraste

Cabinas inglesas en plazas medievales, curioso contraste

Una vez hecha la visita de rigor a la catedral de San Pablo, que preside la “gran” plaza digna de villorrio de campiña inglesa, nos dirigimos a recorrer las murallas, como señores de rancio abolengo que quisiesen contemplar desde las alturas sus muy amplios dominios. No es que sea una vista maravillosa, pero era un placer recorrer esas pequeñas alturas, compartir ese distinguido aislamiento de esta villa medieval, de esta sorprendente joya que aun palpita. También en este recorrido uno encuentra cosas interesantes, como el hotel-palacio Xara, del siglo XVII y adosado a las murallas, y donde su primera propietaria, la baronesa que le dio nombre invitaba a tomar el té a Napoleón. Y el Bacchus, no hay que olvidarse del Bacchus.

Barrocos palacios de noble cuna

   Barrocos palacios de noble cuna

 Soy de los que piensa que el placer de viajar y el placer de comer son dos caras de la misma moneda. En este sentido, el buen recuerdo de un lugar se hace eterno si puedes evocarlo con todos tus sentidos; si al rememorarlo, junto con las cosas nuevas que has visto, junto a los nuevos sonidos que has escuchado, también vienen a tu memoria nuevos sabores. Que leches, ¿hay algo mejor que estar de viaje, ausente de todo menos de uno mismo, y disfrutar de un buen banquete regado con un buen caldo?. E ahí el concepto. Y tuvimos la suerte de encontrar este restaurante y hacer de Mdina un recuerdo imborrable.

Situado en la calle Iguanez, es un antiguo almacén de pólvora dentro de las mismas murallas reconvertido en un acogedor restaurante, con puertas de hierro forjado, suave iluminación y decorado con numerosas antigüedades. Pero con una cocina muy actual, aunque basada en la cocina tradicional maltesa. Entremeses típicos, pato asado con miel, un plato tradicional de conejo con reducción de cabernet, un buen tinto, una atmosfera adecuada, la mejor de las compañías…se puede vivir.

Ya saciados y henchidos, dimos un último paseo por las estrechas callejuelas, sin prisas, saboreando esa extraña felicidad que te aborda cuando estás lejos pero a la vez te sientes como en casa. Disfrutando también de esa tranquilidad pretérita, de ese silencio que acompaña, por algo se sus habitantes la llaman “la Ciudad del Silencio”, y a fe que lo es. Poco a poco nos fuimos despidiendo de Mdina, mientras caía la tarde sobre la piedra caliza de sus murallas…en busca de momentos así, se nos van las horas.

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